¿Quién dice que los cincuenta han muerto? Como si de la mismísima reina del pop se tratase, la Kelly bag, el emblemático bolso de Hermès, se reinventa con cada cumpleaños. Y lo hace con todas las de la ley, adquiriendo un toque neochic que lo convierte en un artículo de deseo de la más rabiosa actualidad.
La premisa de la marca del carruaje es la personalización. Un Kelly para cada una, a su gusto y medida. Sólo para ella; suena bien, ¿no? Hay que decir que detrás de esta utopía del handbag se esconde la mano (no tan) negra de las multinacionales de prêt-a-porter y sus conflictos del tipo "puede que este boceto sea tuyo, pero te juro que pensé que era de mis mejores ideas". En cualquier caso, ya tengas el original, la versión XXL de Zara o la variante del mercadillo de turno, la apuesta es segura. Lo mismo da si llevas unas Converse, unos Jimmy Choo o te acabas de levantar y estás desayunando en calcetines y pijama de franela: es el momento de lucirlo.
El encanto de la Kelly bag (inglés) es inalterable. Es un must con nombre propio, que ha sobrevivido tanto a la archiconocida portada de Life que lo lanzó a la fama como al mal uso que de él hacen cierta heredera de imperios hoteleros y sus secuaces. Su sencillez y elegancia innatas son incorruptibles; por más estampados que prueben, por más que se reinvente. Porque es ahí, en la sencillez, donde radica su esencia. Y, ya se sabe, menos es más. Vuelve cuando quieras, Grace.
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